28 junio, 2012
Y la cabeza comenzó a arder
Sobre la pared
negra
se abría
un cuadrado
que daba
al más allá.
Y rodó la luna
hasta la ventana;
se paró
y me dijo:
"De aquí no me muevo;
te miro.
No quiero crecer
ni adelgazarme.
Soy la flor
infinita
que se abre
en el agujero
de tu casa.
No quiero ya
rodar
detrás de
las tierras
que no conoces,
mariposa,
libadora
de sombras.
Ni alzar fantasmas
sobre las cúpulas
lejanas
que me beben.
Me fijo.
Te miro".
Y yo no contestaba.
Una cabeza
dormía bajo
mis manos.
Blanca
como tú,
luna.
Los pozos de sus ojos
fluían un agua
parda
estriada
de víboras luminosas.
Y de pronto
la cabeza comenzó a arder
como las estrellas
en el crepúsculo.
Y mis manos
se tiñeron
de una sustancia
fosforescente.
E incendio
con ella
las casas
de los hombres,
los bosques
de las bestias.
Alfonsina Storni, Mundo de siete pozos, 1934
22 junio, 2012
La muerte del Capitán Cook
Cuando le preguntaron cómo era Grecia, habló de una larga fila de casas de salud levantadas a orillas de un mar cuyas aguas emponzoñadas llegaban hasta las angostas playas de agudos guijarros, en olas lentas como el aceite.
Cuando le preguntaron cómo era Francia, recordó un breve pasillo entre dos oficinas públicas en donde unos guardias tiñosos registraban a una mujer que sonreía avergonzada, mientras del patio subía un chapoteo de cables en el agua.
Cuando le preguntaron cómo era Roma, descubrió una fresca cicatriz en la ingle que dijo ser de una herida recibida al intentar romper los cristales de un tranvía abandonado en las afueras y en el cual unas mujeres embalsamaban a sus muertos.
Cuando le preguntaron si había visto el desierto, explicó con detalle las costumbres eróticas y el calendario migratorio de los insectos que anidan en las porosidades de los mármoles comidos por el salitre de las radas y gastados por el manoseo de los comerciantes del litoral.
Cuando le preguntaron cómo era Bélgica, estableció la relación entre el debilitamiento del deseo ante una mujer desnuda que, tendida de espaldas, sonríe torpemente y la oxidación intermitente y progresiva de ciertas armas de fuego.
Cuando le preguntaron por un puerto del Estrecho, mostró el ojo disecado de un ave de rapiña dentro del cual danzaban las sombras del canto.
Cuando le preguntaron hasta dónde había ido, respondió que un carguero lo había dejado en Valparaíso para cuidar de una ciega que cantaba en las plazas y decía haber sido deslumbrada por la luz de la Anunciación.
Álvaro Mutis, Los trabajos perdidos, 1965.
28 agosto, 2011
La feria
En el cruce de dos calles
hay un viejo recostado
sobre el asfalto.
Se abriga con un gorro
negro y una frazada.
Es domingo y en esas calles
hay una feria de libros
usados y objetos que
una vez funcionaron.
Un policía le ofreció
llevarlo al Hospital
Maciel, pero el viejo
alegó haberse ido de ahí
esa misma mañana.
Por una de las calles
se acerca un hombre.
Para trasladar al viejo
trae una tabla con ruedas
que él mismo construyó
y que usa para cargar
sus cajones de verdura.
Enrique Morasca, 2008
27 agosto, 2011
Es verano
Estoy en un valle del norte de mi país.
Naturalmente es verano y me circundan
verdes montañas apacibles.
Sentado en el pasto, semidesnudo al sol
animado por un aliento vegetal
observo que estoy a la misma distancia
de todos los puntos e instantes del horizonte circular.
Y nadie a mi lado para desmentir
que éste es el centro subjetivo de algo,
de algo más grande que nosotros.
Joaquín Giannuzzi, Un arte callado
06 julio, 2011
Un rápido golpe de mano contra la avispa
ocupada en el centro dorado de la dalia roja
haciendo su trabajo
y disparó volando enloquecida
con insensatos giros hacia el cielo.
En este imbécil desatino
quise experimentar un conflicto
en el ciclo de la fecundación.
Pero el jardín siguió allí, colmado
de orden y luz, atendiendo
a la hirviente vida gestándose en sus raíces
la certeza de un universo continuo
con sus dalias rojas erguidas
sobre finos tallos articulados,
esperando el regreso de la avispa
recuperada de su sobresalto contra natura.
Joaquín Giannuzzi, Un arte callado
19 marzo, 2010
Gallo
y cabezas de gigantes
que tocan el cielo
se reflejan
en las miradas del gallo.
Frotándonos los ojos
con su cresta
veremos
cosas horribles
y espantosas.
Alberto Girri, Propiedades de la magia, 1959
06 marzo, 2010
Las nubes
arrojado en mi cama
miraba yo pasar las nubes
admiraba sus maneras de abrirse
cambiar de forma ofrecer su interior
no eran las nubes
era el vidrio de mi ventana
en cuya idiosincrasia no está dejarse ver
él mostraba
con la excusa de las nubes
su interior los giros de su pasta natal
no era el vidrio
era la luz en mis ojos
pues al cerrarlos vi en la oscuridad
un cuadrado verde como todo recuerdo
de mi ventana
tampoco eran mis ojos
lo vi mientras caía dormido
tiempo después
al despertar
una paloma en la cornisa
tornasolaba su cuello
César Fernández Moreno, Los aeropuertos, 1967
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