28 mayo, 2007
Canto N° 5
He asesinado liebres, mariposas,
campanas, esmeraldas; he cortado
los ojos del geranio y los jacintos
y nadie me ha juzgado todavía.
He quemado cabellos y cortezas,
piedras de amor, caballos de aventura,
líquenes y tristísimas espadas,
y la gente se ha vuelto a saludarme,
con la mano feliz, como si fuera
en realidad un hombre, un ser perfecto
jugando con su torre y su navaja.
¿Es que no saben ver al solitario,
al dios que tiene reventado el seso
y la sangre comida por hormigas
de brillante metal? ¿Es que no saben
hundir el ojo en un juncal de miedo
donde está la verdad, casi desnuda,
sostenida por trágicos bejucos?
Sin embargo, yo soy el asesino,
y ellos siguen torciendo los sombreros
y poniéndose un ángel en la boca
para darle vejez al solitario.
Solamente mis hijos lo comprenden;
mis hijos y mi hermano que está lejos,
y también mi mujer, con sus medallas
llenas de sangre oscura y de paciencia.
¿Hoy qué has muerto?, me dicen.
–¿Qué has quebrado?
Y yo, feliz, sonrío y les respondo:
–Un coleóptero azul, una ciruela,
las caderas de Dios, el pez del viento...
Roberto Themis Speroni, 1962
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